En ocasiones fue preciso buscar soluciones imaginativas para paliar dificultades nunca antes enfrentadas y siempre estuvimos en actitud de buscar la mejora continua. Aprendíamos de nuestros aciertos y de nuestros fallos, y contamos con la colaboración de muchos profesionales de la Red de Salud Mental de Araba
El Hospital Psiquiátrico de Álava está formado por diferentes unidades arquitectónicamente separadas, cada una de las cuales dispone de entre 14 y 60 camas. Dentro de las unidades los pacientes comparten un salón y un comedor común, y en algunas unidades, también los baños y las duchas.
En este entorno de fácil propagación, en marzo de 2020 tuvimos el primer brote de la COVID-19. El primer paciente se detectó en una unidad de 60 camas con baños compartidos. Rápidamente aparecieron nuevos positivos. Se creó una zona sucia para aislar a los positivos y otra para los sospechosos, pero cada día ambas zonas crecían, y cada día la organización de las camas y pacientes del día anterior había de ser revisada. Las dificultades de mantener una zona contaminada en una zona de baños compartidos se hizo inmanejable, y fue preciso limpiar en un día las dos unidades más pobladas del hospital para intercambiar a los pacientes y trasladar a los infectados por el SARS-CoV2, los sospechosos y los contactos a una unidad con baños en las habitaciones.
Habilitar la nueva unidad y trasladar a los pacientes requirió del trabajo urgente de los servicios de limpieza y mantenimiento, así como de la colaboración desinteresada de muchos profesionales que prolongaron sus jornadas laborales.
De la noche a la mañana tuvimos que transformar una unidad psiquiátrica en una unidad de aislamiento para pacientes infecciosos. Tuvimos que aprender a colocarnos y retirarnos las EPIs, a crear circuitos limpios y sucios. En ocasiones fue preciso buscar soluciones imaginativas para paliar dificultades nunca antes enfrentadas, y siempre estuvimos en actitud de buscar la mejora continua. Aprendíamos de nuestros aciertos y de nuestros fallos, y contamos con la colaboración de muchos profesionales de la Red de Salud Mental de Araba que voluntariamente vinieron a ayudarnos. Trabajamos durante los meses de marzo, abril y mayo apenas sin descanso, prolongábamos jornadas y restábamos días festivos en nuestros calendarios.
En la nueva unidad, con baños individuales, el manejo y cuidado de los pacientes era más fácil. Sin embargo, el número creciente de afectados y posibles casos procedentes de diferentes unidades amenazaba con desbordarnos. Por suerte, la mayoría de los 35 pacientes infectados en aquel primer brote tuvieron síntomas leves, y tan sólo dos de ellos tuvieron que ser remitidos al Hospital Universitario de Álava para ingresar. Uno de ellos falleció.
Los médicos internistas y los psiquiatras reorganizamos nuestras tareas para dedicar más tiempo a los enfermos con COVID -19. Los internistas permanecían atentos a la evolución y a las posibles complicaciones, aplicaban los tratamientos protocolizados. Los pacientes expresaban su temor y su soledad en aquella unidad infectada, y los psiquiatras atendíamos su enfermedad mental y su angustia.
Organizamos un sistema de atención a familiares que, sin colapsar nuestras líneas telefónicas, les aportase la información y apoyo que precisaban. En ausencia de visitas presenciales, recurrimos a las videollamadas para tranquilizar a los pacientes y a sus familias.
Poco a poco pasaron los días y algunos pacientes sin síntomas tuvieron por fin una PCR negativa. Tuvimos que pensar a dónde trasladarlos dentro del hospital. Hubo muchas opiniones contrapuestas. Lo que un día valía al día siguiente era inútil. En ocasiones la tensión y el cansancio generaban situaciones desagradables entre nosotros, y no siempre fue fácil la toma de decisiones.
También tuvimos que reorganizar y trasladar a los pacientes del Área de Subagudos a otra unidad próxima, desinfectándola posteriormente, para acoger durante un mes a los pacientes del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario de Álava.
Además de las personas que sufrieron la COVID -19, el resto de los pacientes del hospital también se vieron afectados. Dejaron de poder salir al recinto o a la cafetería, algunos incluso tuvieron que quedarse durante muchos días aislados en una habitación, ya no recibían visitas del exterior, ni se les permitía salir de las unidades, por lo que fumar se hizo más difícil y menos frecuente. Inicialmente la tensión entre los pacientes era evidente, y en ocasiones fue preciso aumentar la medicación tranquilizante para evitar o paliar conductas disruptivas.
La dificultad para que los pacientes pudiesen fumar hizo que decidiésemos adelantar la fecha previamente acordada para suprimir el consumo de tabaco en el hospital, de acuerdo con el proyecto de hospital sin humo iniciado un año antes.
Progresivamente, y una vez organizada la zona COVID -19, empezamos a pensar en soluciones que aliviasen su aislamiento y malestar. Así se organizaron salidas en patios y terrazas y se inició terapia sustitutiva con nicotina para los que lo desearon. En una fase posterior comenzaron las salidas por el recinto en pequeños grupos con el personal, y más tarde con los familiares, tutores y acompañantes. Todas ellas tras desinfección del recinto y en horarios diferentes según unidades.
Una vez superado el primer brote, en un intento por posibilitar la atención futura de los pacientes sospechosos y contactos por su propio equipo referente, se realizaron modificaciones en las instalaciones en la mayoría de las unidades. También se acondicionó la unidad COVID para mejorar la funcionalidad y el confort de los posibles nuevos pacientes.
Actualmente en las unidades con estancias más prolongadas, la terapia sustitutiva con nicotina ha sido suspendida de forma progresiva, y los pacientes ya no demandan cada día su cigarro. Disfrutan de visitas y algunas salidas a la calle y por el recinto, salidas más escasas y con mayor supervisión y distancia que previamente. Ellos, al igual que nosotros, se han adaptado a la nueva situación y ya no la perciben tan amenazante. Llevan la mascarilla, cada cual según sus capacidades, y la soportan durante muchas horas, algunos a costa de sus propias orejas, llenas de apósitos por el roce que les producen.
Sin embargo, el hospital ha tenido que suspender muchas actividades terapéuticas rehabilitadoras; o trasladarlas a espacios más próximos a sus usuarios, de uso exclusivo para cada unidad y realizarlas en grupos más pequeños. Ahora las unidades funcionan como espacios cerrados sin interacción entre ellas, una incluso se ha subdividido en 2 espacios cerrados para evitar la propagación del virus.
Mientras nos hemos ido adaptando a nuestra nueva realidad tuvimos que afrontar un nuevo brote en octubre y noviembre. Esta vez fue en la unidad que más quisimos proteger, por la longevidad y fragilidad de sus pacientes. Fueron 16 los afectados. Por suerte ya no tuvimos que pensar a dónde llevarlos. La unidad COVID estaba disponible, había sido mejorada desde el brote anterior, y existía personal voluntario disponible para atenderla. Los pacientes, aunque frágiles, evolucionaron bien. Tan sólo tuvimos que despedirnos de uno durante la fase aguda de la enfermedad. Sin embargo, hubo otro que no fue capaz de superar la recuperación. El resto evolucionó bien. Todo lo diseñado y aprendido en el primer brote nos sirvió para superar el segundo con más calma y eficacia.
Y después de lo vivido, y tras haber comenzado la vacunación de los pacientes, confiábamos no tener un tercer brote. Sin embargo, los deseos no siempre se cumplen y ya hemos tenido que organizarnos para afrontarlo.